La lucha obrera en Chicago. (Vol. II)
las ideas socialistas hallaban
cierta resistencia entre la población americana, más extendíanse con inusitada
rapidez entre los elementos alemanes y otros que componen una parte muy
importante de los centros industriales de los Estados Unidos.
Una de las causas principales de
aquella resistencia era la falta de periódicos obreros. El Socialista era el
único periódico que, desde Nueva York, editado por Victor Drury, extendía entre
la población de origen inglés las ideas de emancipación social.
En Chicago especialmente, los
socialistas carecían de fuerza. Durante mucho tiempo, Alberto R. Parsons, fue
el único orador inglés de las reivindicaciones sociales. Además, los
socialistas norteamericanos fiaban mucho en los procedimientos electorales, y
fue preciso el transcurso de algún tiempo para que la experiencia les
demostrase que sólo por los procedimientos revolucionarios se podía obtener
algún resultado práctico. En Chicago llegaron, no obstante, a obtener los
socialistas significativos triunfos electorales, hasta que, mixtificadas las
elecciones por el poder, a fin de evitar los éxitos continuos del socialismo, y
divididos los socialistas en dos bandos por sostener a distintos candidatos,
empezó a ganar prosélitos la idea de la abstención y del apartamiento de la
política.
El periódico de Boston Liberty,
editado por el anarquista individualista Tucker, el Arbeiter Zeitung de Spies,
y la Alarm de Parsons, que se, publicaban en Chicago, popularizaron las ideas
anarquistas.
Los anarquistas de Chicago
combatieron primeramente el acuerdo de la Federación de los trabajadores de los
Estados Unidos y Canadá referente a la huelga del 1º de mayo de 1886, pero
combatieron por juzgarlo insuficiente y ser partidarios de ir derechamente a la
revolución. Más tarde dejaron de combatirlo y aún lo apoyaron, pues
comprendieron que la huelga general por las ocho horas era indudablemente un
medio de aunar las fuerzas obreras y agitar la opinión y las masas,
preparándolas para otras más resueltas actitudes.
Se formó en Chicago una
asociación de las ocho horas y se celebraron multitud de reuniones al aire
libre, organizándose y preparándose casi todos los oficios para la anunciada
huelga. Los grupos socialistas y anarquistas desplegaron en esta tarea una
actividad prodigiosa, tendiendo siempre a establecer la solidaridad más
estrecha entre todos los trabajadores.
The Alarm era el órgano de los
anarquistas americanos, y desde las columnas de aquel periódico hizo Parsons
una enérgica campaña en pro de la huelga general por las ocho horas. El órgano
más importante de los anarquistas alemanes, el Arbeiter Zeitung, del que eran
los principales redactores Spies, Schwab y Fischer, no se distinguió menos en
la propaganda de la huelga general. Ambos periódicos agitaron la opinión de tal
manera, que desde luego se preveía que la lucha iba a ser terrible. Los
oradores anarquistas que más se distinguieron en los mítines fueron: Parsons,
Spies, Fielden y Engel. Estos eran conocidos como tales, no sólo entre los
trabajadores, sino también entre los burgueses.
A medida que se aproximaba el día
1º de mayo la agitación iba en aumento. Los capitalistas empezaron a tener
miedo, y decidieron organizarse para resistir las pretensiones de los obreros,
y la prensa asalariada se mostró cruel e infame en los medios que proponía para
acallar el descontento de las clases jornaleras.
La lucha que se avecinaba tuvo
por preliminar graves conflictos entre patronos y obreros. El más importante
ocurrió durante el mes de febrero en la factoría de Mc. Cormicks, donde fueron
despedidos 2,100 obreros por negarse a abandonar sus respectivas
organizaciones.
Por fin llegó el lº de mayo.
Miles de trabajadores abandonaron sus faenas y proclamaron la jornada de ocho
horas. La Unión Central Obrera de Chicago convocó un mitin, al que asistieron
25,000 personas. Dirigieron la palabra a la concurrencia Spies, Parsons,
Fielden y Schwab.
La paralización de los trabajos
se generalizó. En unos cuantos días los huelguistas habían llegado a más de
50,000. Las reuniones se multiplicaron. La policia andaba ansiosa sin saber qué
hacerse. Tuvo el valor de acometer a una manifestación de 600 mujeres
pertenecientes al ramo de sastrería.
Los patrones empezaron a hacer
concesiones. La causa del trabajo triunfaba en toda la línea.
El 2 de mayo tuvo lugar un mitin
de los obreros despedidos de la factoría Mc. Cormicks para protestar de los
atropellos de la policía. Los oradores de este mitin fueron Parsons y Schwab.
El día 3 se celebró un importante
mitin cerca de Mc. Cormicks. Spies, que era conocido como buen orador, fue
invitado a hablar. Cuando trató de hacerlo, muchos concurrentes ajenos a las
ideas socialistas protestaron gritando que no querían oir discursos
anarquistas. Pero Spies continuó su peroración, y bien pronto dominó al
público, siendo oído en medio de un gran silencio. A las cuatro sonó la campana
de Mc. Cormicks; y empezaron a salir los obreros que continuaban trabajando en
la factoría. Una gran parte de los reunidos hizo un movimiento de avance hacia
Mc. Cormicks, sin que Spies interrumpiese su discurso, que duró aún quince
minutos. El pueblo empezó a arrojar piedras a la factoría, pidiendo la
paralización de los trabajos. Entonces se avisó por teléfono a la policía, que
acudió presurosa. Fue acogida su presencia con grandes muestras de desagrado, y
acometió por ello a la multitud disparando algunos tiros. Los obreros se
defendieron a pedradas y a tiros de revólver. La policía hizo entonces un fuego
vivo y continuo sobre la muchedumbre, no respetando a los niños, a las mujeres
y a los ancianos. El terror se apoderó de las masas, que huyeron despavoridas,
dejando tras de sí seis muertos y gran número de heridos.
Presa de gran indignación corrió
Spies a las oficinas del Arbeiter Zeitung, y escribió un manifiesto titulado
Circular del desquite, que fue distribuido en todas las reuniones obreras.
Entre las reuniones que aquella
misma noche se celebraron figura una del grupo socialista Lehr unh wehr Verejin,
en la que estuvieron presentes Engel y Fischer. Se discutieron los sucesos de
Mc. Cormicks y lo que en su consecuencia debía hacerse sobre todo si la policía
atacaba a los trabajadores de nuevo. Se acordó por de pronto convocar un mitin
en Haymarket para la noche siguiente, a fin de protestar contra las
brutalidades policiacas.
A la mañana siguiente, 4 de mayo,
Fischer informó a Spies del acuerdo tomado y le invitó a que hablase en el
mitin, prometiéndolo así Spies. Este vio poco después la convocatoria del
mitin, en la que leía: ¡Trabajadores, a las armas, y manifestaos en toda
vuestra fuerza! Entonces Spies dijo que era necesario prescindir de aquellas
palabras, y Fischer accedió a su deseo. De la convocatoria, así corregida, se
tiraron 20,000 ejemplares, que fueron repartidos entre los obreros.
Parsons se hallaba a la sazón
ausente en Cincinnati. Al llegar a Chicago el día 4 por la mañana, ignorando el
acuerdo tomado y queriendo ayudar a su esposa en los trabajos de organización
de las costureras, convocó al Grupo Americano a una reunión en las oficinas del
Arbeiter Zeitung.
Por la tarde fue Spies a
Haymarket, y no viendo a ningún orador inglés se dirigió con algunos amigos en
busca de Parsons; pero como no lo hallase, volvió a Haymarket ya de noche y dio
principio al mitin. Entretanto algunos miembros del Grupo Americano, entre
ellos Fielden y Schwab, fueron llegando a la redacción del Arbeiter Zeitung. A
eso de las ocho y media, entró Parsons con su compañera, sus dos niñas y la
señorita Holmes. Schwab abandonó pronto el local para dirigir un mitin en
Deering, donde estuvo hasta las diez y media.
La discusión sobre la
organización de las costureras cesó al tenerse noticias de que en Haymarket
hacían falta oradores ingleses. adonde se dirigieron Parsons y su familia,
Fielden y la mayor parte de los concurrentes.
Al llegar Parsons al mitin, dejó
de hablar Spies y tomó aquél la palabra. Su discurso duró una hora
aproximadamente. El mitin se celebró en medio del orden más completo, hasta el
punto de que el Mayor de Chicago, que asistía al mitin con propósito de
disolverlo. si era necesario, lo abandonó al concluir de hablar Parsons,
avisando al capitán Bonfield que diera las órdenes oportunas a los puestos de
policía para que se retiraran las fuerzas a sus casas.
A Parsons siguió en el uso de la
palabra Fielden. El tiempo amenazaba lluvia y soplaba aire frío, por cuya
razón, a iniciativa de Parsons, se continuó la reunión en el próximo salón
llamado Zept-Hall. No obstante, esto, continuó hablando Fielden ante unos
cuantos centenares de obreros que quedaron en Haymarket.
La mayor parte de los
concurrentes, y entre ellos Parsons, se dirigió a Zept-Hall, donde hallábase
Fischer.
Terminaba ya Fielden su discurso,
cuando del puesto de policía inmediato se destacaron en formación correcta y
con las armas preparadas unos ciento ochenta policías. El capitán del primer
cuerpo había ordenado que se disolviese el mitin, y sus subordinados, sin
esperar a más, fueron avanzando en actitud amenazadora.
Cuando era inminente el ataque de
la policía, cruzó el espacio un cuerpo luminoso que, cayendo entre la primera y
segunda compañía, produjo un estruendo formidable. Cayeron al suelo más de
sesenta policías heridos y muerto uno de ellos llamado Degan.
Instantáneamente la policía hizo
una descarga cerrada sobre el pueblo, y éste huyó despavorido en todas
direcciones. Perseguidos a tiros por la policía, muchos perecieron o quedaron
mal heridos en las calles de Chicago.
Los burgueses, en el periodo
culminante de excitación, habían perdido la cabeza: impulsados por el frenesí
del terror, empujaban a la fuerza pública a la matanza.
Se prendió a los obreros a
derecha e izquierda, se profanaron muchos domicilios privados y se arrancó de
ellos a pacíficos ciudadanos sin causa alguna justificada.
Los oradores de Haymarket, a
excepción de Parsons, que se había ausentado, fueron detenidos; los que se
habían significado de algún modo en el movimiento obrero fueron perseguidos y
encarcelados. El periódico Arbeiter Zeitung fue suprimido y todos sus
impresores y editores detenidos. Los mítines obreros fueron prohibidos o
disueltos.
Después se hicieron circular los
rumores más absurdos y terroríficos de supuestas conspiraciones contra la
propiedad y la vida de los ciudadanos. La prensa capitalista no cesó de gritar:
¡Crucificadlos! Así fue bruscamente interrumpido el movimiento por las ocho
horas de trabajo.
La policía se entregó a un
misterioso y significativo silencio, a la par que hacía circular la especie de
que tenía ya las pruebas más evidentes contra los perpetradores del crimen de
Haymarket. Indudablemente se preparaba una comedia sangrienta.
Las acometidas policiacas habían
tenido un digno remate.
¿Qué de extraño tiene, qué de
particular que un trabajador cualquiera hubiese arrojado la bomba que sembró el
espanto en medio de la policía, si ésta había ametrallado y trataba de
ametrallar otra vez a pacíficos obreros que ejercían su derecho garantizado por
las leyes americanas?
¿Por qué admirarse de una
consecuencia natural del derecho a la defensa propia?
Perseguidos a tiros, los
trabajadores, contestaron como era natural: la fuerza contra la fuerza.
Cualquier otra cosa hubiera sido cobarde.